El
libre acceso y difusión de información por parte de cualquier individuo gracias
a los importantes desarrollos implementados en las tecnologías de la
información y las comunicaciones ha cambiado por completo la forma, cantidad y
calidad de la información que circula en todas las latitudes del mundo.
La
profundización del uso de la internet, la masificación de los dispositivos
tecnológicos portátiles y el acceso masivo y recurrente a las redes sociales,
nos sitúan en un ambiente informativo, en extremo diferente, al de hace apenas
década y media. Lo que hoy experimentamos parece ser el punto más cercano de
aquel ideal de libre flujo de información inmediata a tan solo un click, un
hecho que, sin duda, moldea la manera en la que interactuamos y generamos
opinión.
Sin
embargo, este entorno no parece tan ideal cuando se indaga sobre la calidad y
veracidad de la información. Y es que el aumento de las verdades a medias, las
informaciones que distorsionan la realidad para manipular opiniones y creencias
y las noticias falsas que ponen en duda la reputación de personas o
instituciones, parecen haber encontrado un mundo ideal en el apetito insaciable
por información inmediata. Es claro, entonces, que la necesidad permanente de
consumir información, en ocasiones sin mayor control, trae consigo diversos
riesgos que trascienden un círculo limitado y que pasan a permear procesos de
acción colectiva y masiva.
Esta
es una realidad que no solo les compete a los medios de comunicación. Es un
hecho ineludible que debe asumir cada usuario de la información. El simple acto
de “compartir” o “retuitear” noticias y/o mensajes nos convierte en un medio
difusor de información, lo que desde luego debe invitarnos a ser cada vez más
conscientes de los riesgos que vienen atados a este nuevo mundo de libre acceso
y difusión de contenidos es así como entonces el uso responsable en el manejo
de la información se ha convertido en uno de los grandes retos de la sociedad
en la era digital.